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Entrevista y cuentos de  Sergio Ceyca

Sobre el oficio periodístico, el desamor y ciertas cosas sobrenaturales.

 

 

 

Sergio Ceyca (Culiacán,1990) estudió leyes en la Universidad Autónoma de Sinaloa, y se ha desempeñado como reportero en diversos medios electrónicos. Es autor de la novela No tendrás perdón publicada por el Instituto Sinaloense de Cultura el año 2017 (ISIC). Participó en el primer curso taller para jóvenes creadores de la Fundación para las letras mexicanas con sede en Xalapa (FLM) en su primera emisión. Ha sido colaborador de la sección cultural del prestigiado periódico Milenio. Fue beneficiario del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico de Sinaloa en 2018 (PECDAS), y actualmente trabaja en un proyecto apoyado por el Fondo Nacional de Cultura y Artes en 2020 (FONCA). 

1.    Cuéntanos un poco cómo fueron tus comienzos en el mundo de la literatura, y cual fue el motivo inicial que te hizo empezar a escribir Narrativa.

Hasta antes de asistir al taller de novela que Élmer Mendoza organizaba en el Difocur, creo que todo se limitó a la lectura de betsellers (Stephen King y J.k. Rowling) los cuales, en lo práctico, no me enseñaron mucho sobre la carpintería literaria. Me brindaron ciertas obsesiones y temas recurrentes eso sí; por ejemplo, el nunca ver a Culiacán retratado en las grandes historias que veía en los libros o en la televisión, sentir que nuestra ciudad estaba aislada de lo que ocurría en el mundo (cosa que los años sólo se encargaron de desengañar). Nunca pensé en escribir poesía, en aquel entonces creo que ni leí nada relativamente poético; lo más cercano, como a muchos en la ciudad, fue la música, pero tampoco me dediqué a ésta. 

Con el tiempo se volvió una especie de obsesión el contar historia, interés que no inició desde el lenguaje y sus formas sino desde los contextos, de cómo las naciones y las vidas se van formando con historias, anécdotas. 

Regresando a Élmer, creo que desde que asistió a su taller fue cuando decidí formalmente que quería escribir novelas. Mucho antes de los cuentos, de hecho. Quería escribir libros largos. Y a partir de ahí inició mi educación literaria. 

2.    Sabemos que formas parte de una generación de escritores de narrativa proveniente de Sinaloa, cuéntanos un poco acerca de las generaciones de escritores que se han venido sucediendo y si crees que tu generación aporta o aportará algo importante al panorama de la narrativa en México. 

En el taller de Élmer conocí a dos personas que, con los años, se volverían amigos irremplazables: Jorge Iván Chavarín y Emilio Pérez López. Además, que son dos personas que son totalmente opuestas, de ambas he aprendido, y continúo aprendiendo, muchísimas cosas sobre el arte de narrar y la vida. Después conocí a más narradores de mi edad como son Isabel Hion, Mariajosé Almaral, Saúl Valdez, Jorge Luis Almaral, Julio Zatarain, Hernán Arturo Ruiz, Heriberto Diaz Peña y Diego Rodríguez Landeros (me limito a los puros narradores), en algunos encuentros o a través de otras personas. También estaba Hiram Heredia, quién falleció y cuyo libro de microficciones todavía no ve la luz. 

Pero, siendo sincero, no sé si formemos una generación. Todos tenemos intereses muy distintos. Hablamos de muchos temas, tenemos diversas lecturas. Con Chavarín y Emilio compartí interés en ciertos autores, ciertos libros, pero incluso ya cada quién hace cosas diferentes. No sé, por ende, si aportaremos algo al panorama literario nacional, que además es muy caprichoso: Inés Arredondo, que para mi es una autora imprescindible, apenas está siendo visibilizada a nivel nacional con los movimientos de inclusión de mujeres en los espacios literarios. Antes de eso, durante muchos años, estuvo olvidada por motivos que parecen casi sectarios. 

Antes de nosotros la pista es más difusa; a los poetas los identifico mucho más. Atrás de mí se me hace más fácil pensar en Eduardo Ruiz Sosa, Mariel Iribe Zenil, Hermann Gil Robles, Víctor Santana, Glafira Rocha, Miguel Tapia Alcaraz y Samuel Parra; antes de ellos, en Élmer Mendoza, César López Cuadras, César Ibarra, Juan Esmerio Navarro y Juan José Rodríguez. Antes, en Inés Arredondo. Y hasta ahí sé. 

 

3.    Cuéntanos por favor un poco sobre tu novela No tendrás perdón, de qué habla, cómo se desarrolló el proyecto, cuantos años te tomó escribirla.

‘No tendrás perdón’ fue un proyecto que requirió, en primer lugar, de mucha disciplina. Y siendo yo una persona tan dispersa, eso fue un reto: la novela necesitó cerca de dos años para ser escrita y pasó por muchos borradores antes de asentarse en la versión que fue publicada. Tenía una intuición, que cada vez se asienta más: quería trabajar desde esta sensación que mencionaba Leopoldo María Panero de que ‘la vida es un cuento de brujas’. De que el horror que veía ya, entonces, estando cerca de la prensa, aunque aun no siendo reportero a fondo, era mucho más terrorífico que las películas de terror que veía en internet, que la vida real y cotidiana era la verdadera pesadilla. Aurora nació, un poco, de esta sensación. Aurora es una chica que, en su infancia, cometió una imprudencia que nunca dejó de torturarla y crece sintiendo culpa. Ya de grande, trabaja en una defensoría de oficio y le toca que una mujer le pida ayuda para llevar ante la justicia a un grupo de niños que asesinaron a su hijo, un niño sin hermanos. Pero en esto entraron muchas cosas que empecé a ver a mi alrededor: los grupos de búsqueda de desaparecidos, los luchadores sociales; todo aquello, por así decirlo, que funcionaba como anticuerpos contra la violencia en Culiacán. Y la novela se volvió, además, una forma de expiar que, aunque estudié derecho, nunca lo ejercí como profesión. 

4.    Cuéntanos de tu labor periodística y tu carrera profesional, que retos ha traído, y si ha aportado a tu labor como narrador.

De alguna manera ya hablé algunas cosas, en la pregunta anterior. Sin embargo, también ha traído cosas que no están envueltas en tanta violencia. Siempre me ha interesado más el periodismo cultural que el diarismo o el periodismo político, aunque más difícilmente paga las facturas; sin embargo, me ha dejado muchos gustos, como conocer a Jan Svankmajer, Nick Cave y Terry Gilliam, que de alguna manera han sido tres artistas que han moldeado la manera en que, ahora, miro a la creación artística. Sin embargo, también he hecho notas políticas, de seguridad y de violencia, y en ellas me ha tocado de todo: desde apoyar a ciudadanos ante injusticias por parte de autoridades, principalmente estatales, como los pagos que no se realizaron la administración pasada en las becas de manutención del estado de Sinaloa, hasta, ahora con la pandemia, denunciar empresas que continuaban obligando a sus trabajadores a acudir a trabajar a pesar de no ser esenciales. En el medio en el que estoy ahora, La Pared Noticias, intento, en específico, darle un espacio a la cultura local de Sinaloa, demostrar que hay grandes perfiles en el estado.

 

5.    Dinos cual es tu propuesta actual como narrador, en qué estilo sitúas tu trabajo, y si crees que tu estilo evolucione en un futuro.

Como ya dije, ‘No tendrás perdón’ parte de una intención de hablar de ‘la vida es un cuento de brujas’. Pero tras la escritura de la novela, que además fue muy tensa por la temática, he buscado otras vertientes: actualmente estoy trabajando en dos libros, una novela y un libro de cuentos. Son mis libros cuates, por así decirles. 

En la novela ‘Ante tus restos’, el tema es Hermann Kafka, el padre del autor checo Franz Kafka, y sobre una chica que acude a República Checa con la tesis de que no era un hombre tan malo como siempre se ha vendido. Que quizá Kafka fue una persona enferma de sus emociones. La novela sigue dos líneas y aprovecha para ahondar en otras cosas: el fervor con que escuchamos a los Muertos, la necrofilia cultural en la que estamos sumergidos, las relaciones de familia.

El libro de cuentos se llama ‘Magia moribunda’ y también tiene el interés de revisitar el pasado, pero uno más inmediato: el Sinaloa rural que, a veces, se me hace muy hermano de la campiña inglesa y el sur americano: hay algo de gótico en las historias de los crímenes locales. Los cuentos tocan temas como el oficio del periodista, el desamor y ciertas cosas sobrenaturales. Justo, como dije al inicio, siguiendo esta idea de que hay historias de terror no sociales que también ocurren en estos lugares. 

No sigo una línea en general, aunque la temática oscura ha marcado estos trabajos. Además de que estas historias buscan no dejar conclusiones morales: tanto en No tendrás perdón, como en estos dos libros, cualquier personaje está predispuesto a realizar cosas moralmente reprochables en el momento indicado, ya sea para salvar su vida o las de los demás. En ese aspecto siempre me han llamado la atención las novelas de espías de John Le Carré, en la que se muestra que las decisiones que los espías reales toman en el trabajo de campo son todo menos perfectas o que, incluso, no hay forma de tomar otras.

En ese aspecto, pongo la esperanza de mi obra en otro tema: la imaginación. Esto se marca más en los dos libros en los que, actualmente, estoy trabajando; ahí me he adentrado mucho gracias a la lectura de Don Quijote y de la obra del regiomontano David Toscana, las cuales apelan a la fuerza de la imaginación para salir del horror de la vida cotidiana. Los personajes de Toscana, en símil de los de Cervantes, buscan ver el mundo a cómo ellos desean verlo y no a cómo se les presenta. Y, por encima de todo, buscan cambiar las injusticias que los rodean desde la manera que ellos ven al mundo. Están enfermos, seguro, pero de imaginación.

No sé qué continuará después ni qué dirección tomará, pero espero poder mantenerlo en cierta dirección, o sentido, que continúe siendo orgánico. Cada vez más trabajo con la premisa de que uno, como narrador, no elije qué escribir, sino que son las historias, como si fueran entes, las que mandan, las que elijen que dirección tomará el trabajo del escritor. E intento escucharlas. 

6.    Cuéntanos cuales han sido tus influencias literarias a través de tu trayecto como narrador. 

De inicio, Inés Arredondo. Hay una intensidad y crudeza en sus historias que nunca he vuelto a encontrar. Me recuerdan a las cosas que contaba mi abuela, doña María, cuando la visitábamos los domingos, sobre lo que ocurría en La Ilama, Angostura, con nuestros familiares menos directos o con los que, en otro momento, fueron sus vecinos. 

Luego continuaría con David Toscana, a quien ya he mencionado. En todos sus libros, pero en especial Santa María del Circo y La ciudad que el diablo se llevó

Finalizaría con José Donoso. En especial El obsceno pájaro de la noche. Nunca he vuelto a encontrar una novela como esa, a la que le importen tan poco las convenciones narrativas para contar una historia que, en su núcleo, acude hasta lo más enloquecido del ser humano. Es un libro desesperanzador, pero hermoso. Creo que habla un poco sobre el terror cotidiano, que ya mencionaba.

Fuera de eso hay otros autores que han acompañado: como Leopoldo María Panero, Phillip K. Dick, Malcolm Lowry, Franz Kafka, Eduardo Lizalde, Agota Kristof, Macedonio Fernández, Ray Bradbury; y otros que han aparecido de manera más reciente, como José Luís Peixoto, Stefan Kiesbye, Christian Peña, Amparo Dávila o Emily Brönte. 

7.    Platícanos un poco sobre qué te parece interesante en el mundo actual de la narrativa y la literatura. 

Mis intereses varían con el tiempo. El año pasado apenas leí narrativa: me concentré en libros sobre músicos o escritos por ellos: Patti Smith, Tom Waits, Nick Cave, Kurt Cobain; en ellos encontraba muchas cosas, muchos contextos, opiniones, formas de ver la creación, que no encontraba en los libros de narrativa que me rodeaban. Este año, sin embargo, las mujeres son las que han dominado: Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Amparo Dávila, Emily Brönte. Me gusta mucho que Mariana Enríquez se esté volviendo el fenómeno en que se está transformando, las forma en que trae temas de terror a un contexto latinoamericano ha captado totalmente mi atención en especial en Nuestra parte de noche y Las cosas que perdimos en el fuego. 

 

 

*

Dos cuentos de Sergio Ceyca

 

 

 

Hombre con frasco

–Aquí tengo un demonio–me dijo el hombre colocando un frasco sobre la mesa, en cuya tapa florecía el óxido–. Durante muchos años he tenido tentación de abrirlo para concluir con mi sufrimiento. Pensé que al encerrarlo terminaría la crisis, más, igual que cuando llega el ojo de un huracán rabioso, la tranquilidad sólo duró unas semanas: ¿alguna vez le han impedido dormir los reproches de sus muertos? Cuando el demonio entró en nuestra vida prometió que iba a solucionar nuestras carencias: por eso le dije a mi esposa, con emoción, que finalmente saldríamos de este monte olvidado, que podríamos volvernos ricos y famosos, y aunque ella me miró con recelo, confió en mi visión. Nuestra hija aún era una espiga que brotaba de la hierba, lejos de ser deseada por los hombres. Así que le abrimos los brazos, le brindamos un espacio en nuestra casa y él me hablaba sobre el ritmo seductor de la vida de lujos en las ciudades; los espectaculares, sobre los rascacielos, opacando a las estrellas; las fiestas, debajo de estos, dónde las celebridades bailan sin zapatos. Yo conocía su naturaleza y, aun así, lo escuchaba con hambre de ilusiones. Hasta la tarde que mi niña desapareció. Primero culpamos a los demás pobladores, aquellas personas que también viven en casas a medio construir; y cuando salí a buscarla y al regresar lo encontré sobre mi esposa, intenté asesinarlo aunque (bueno, usted sabrá) así no se mata a los demonios. Las balas lo atravesaron y dieron contra mi mujer.

–¿Y cómo terminó en el frasco? –le pregunté mirando que no dejaba de acariciar la tapa de metal que, con el tiempo, de seguro ya se habría pegado. La suciedad no me permitía ver el interior.

–Una noche que nos emborrachamos me confesó que temía a los espacios reducidos. Se sentía asfixiado en ellos. El frasco fue lo primero que tuve a la mano: ahora me parece ridículo que ésa se convirtiera en su morada. Claro que se resistió: me miró con la misma cara de perro regañado con la que yo lo miré cuando entendí su naturaleza, así que tuve que golpearlo, someterlo, empujarlo; tuve que obligarlo a rendirse ante mi venganza. Desde aquel día han pasado muchas décadas en las que sólo he estado encerrado en esta casa, lejos de los demás, donde todos los días me atormentan los murmullos de mi familia muerta: ¿sabe?, en mis sueños la voz de mi niña me recrimina no haber advertido las señales, haberlas ignorado. Ante esta tortura necesito alguna esperanza: ¿me entiende?

Observó el frasco como si quisiera darle un empujón hacia mí. Pero dudó. Antes de averiguar qué pretendía me puse de pie y hui adentrándome en los kilómetros y kilómetros de oscuridad y silencio, corriendo entre la maleza seca y la tierra, lejos de las atrocidades cometidas por los hombres.

 

 

 

 

 

 

Siempre en dirección al océano

My baby ain’t coming home:

he’s lost at sea.

Anna von Hausswolf

La primera vez que llamó fue para anunciarme que no regresaría. Por más que buscaba, no había razón para hacerlo.

La segunda vez me pidió perdón por no saber cómo recuperarse. Aunque había conseguido trabajo en una pescadería cada vez que agarraba un pescado pensaba que un poco antes, horas quizá, aún fluía con vida por el agua salada y eso le impedía abrirlos y sacarles las entrañas para transformarlo en filete.

–¿Acaso nosotros también tenemos que convertirnos en eso? –me preguntó con voz entrecortada–. En el océano se originó la vida. ¿Nunca has sabido que su agua ayuda a cicatrizar a las heridas? Cuando llegué a esta ciudad y lo vi por primera vez entendí que no podría regresar a esa oficina a seguir rodeado por torres de papeles. Lo curioso es que el trabajo que odiaba fue el que me envió aquí. Desde niño soñaba con los monstruos que viven en sus profundidades, abrazados por la oscuridad, los monstruos hermosos, o en los barcos, en el fondo, habitados por arrecifes.

Las siguientes llamadas (ya no recuerdo cuántas) se han perdido entre problemas. Mi jefe me dijo que en las últimas semanas he andado muy distraída: o me concentraba en mis responsabilidades o tendría que prescindir de mí. Como si el trabajo en el banco no fuera todo lo que tengo; como si hablar (y a veces salir) con mis compañeras no fuera lo único que me distrajera. Como si las llamadas en las que me cuenta que está sentado en el rompeolas no fueran lo único que me brindara esperanza.

Todos me recomiendan buscarme otro novio: mi padre lo hace en la casa y mis compañeras de trabajo, en la oficina. «¿Cómo puede ser que un hombre se “pierda” al conocer el mar?», me reclaman. «¿Qué clase de pretexto es ese para abandonar a tu pareja? Tienes que pensar mejor las cosas», me reprochan. «Sí, vivimos en medio de las montañas de hierba muerta, solo unos ríos contaminados atraviesan la ciudad, pero nadie va al puerto y se queda prendido del océano».

Mis compañeras me sugieren, mirándome con severidad, que le pregunte si hay otra mujer. Yo no deseo saberlo.

Hace unos días me dijo que renunció para ayudar a un pescador anciano que se lanza al océano en una lancha de madera mohosa.

–Me gusta trabajar metiendo las manos al agua. Despertar temprano, también: ¿por qué alguien querría pasar su día en un lugar plástico, donde no pueda sentir la lluvia y el sol?

Hoy me ha dicho que ha decidido embarcarse. Necesita sentir la fuerza del mar. Le pregunté por qué no se tranquiliza: ¿no estaba disfrutando su nuevo trabajo?

Me reniega:

–No me entiendes. Recuerda que, cuando aún trabajaba para el notario, me la pasaba teniendo ataques de ansiedad, no podía tener una sola noche de sueño profundo; y ahora, eso se ha ido. Mi cuerpo es uno con el mundo. ¿Por qué no puedes entenderlo?

Tuve que alejar el teléfono de mí para respirar tan profundo que sentí que para necesitaría todo el oxígeno del mundo. En lugar de gritarle, le pregunté si tenía planes de que yo me fuera a vivir con él. En ese momento rio. No tiene dónde caer muerto, ¿por qué iba a hacerlo?

–Necesitas disminuir tus ambiciones femeninas: no todo en la vida se trata de vivir bajo un mismo techo compartiendo los infortunios.

Ya iba a reclamarle cuando hizo una pausa –entendiendo el error de su arrogancia– y me dijo que tenía que vivirlo sólo:

–Te extraño, por eso te marco todo el tiempo.

Le dije que yo necesitaba que estuviera a mi lado. Que las cosas se iban complicando. Y como siempre en lugar de escuchar lo que le estaba diciendo, regresó a sus problemas.

+++

Muchos días sin llamadas y sin que respondiera. Observaba el teléfono como si fuera a derretirse en mi mano y a quedarse pegado a mis dedos; como si en cualquier momento fuera a vibrar y antes de que pudiera responder, explotara en mi mano. Decidí buscarlo. Mientras iba en el autobús encontré extraño cómo las montañas se quedaban atrás hasta que todo son praderas y tierras de cultivo, a cuya orilla aparece el océano como un pensamiento inquietante, primero débil, pero que cobrando fuerza al acercarse a la carretera.

Al llegar al puerto no sabía a dónde ir. Intenté reconstruir sus llamadas telefónicas. Me dirigí hacia al mercado local. Con una fotografía pregunté en todos los puestos sí lo conocían. El olor a pescado me mareaba. Cuando finalmente un hombre me respondió que sí, que había trabajado ahí algunas semanas, no me gustó que me mirara con desconfianza antes de preguntarme quién era. Le dije la verdad.

–Este chico llegó un día y me pidió empleo. Sonaba muy determinado y se la pasaba diciendo que se sentía mejor que en su empleo anterior hasta que, una tarde, no volvió–. Me tendió unos billetes–. La última paga. El muchacho me preocupa.

Pensé que ahí iba a pasar directo al segundo empleo. Tuve que caminar por la arena acercándome a aquella parte de la playa donde residían las lanchas. Me quité los zapatos para caminar descalza. Cómo hubiera deseado que él estuviera conmigo llevándome del brazo, mostrándome su nuevo mundo. Protegiéndome de las gaviotas. Escuché el pegajoso golpetear del agua contra la tierra esperando que él estuviera ahí, que aquel lugar fuera del que me llamaba siempre. Pero sólo encontré una lancha y un señor, ya anciano, fumando. Le enseñé la fotografía. Lo conocía, trabajó con uno de sus amigos. Me dio su dirección. Volví a caminar. Era una casa pequeña, sin muchas decoraciones, con bolsas en las ventanas en lugar de cristales.

–Trabajó conmigo hasta que los del barco llegaron prometiéndole las zonas más profundas. Ese muchacho está obsesionado con el mar, más de lo que debería. Ya debe de estar de vuelta.

Le pregunté dónde podría encontrarlo.

–Durmió aquí varios días, en una esquina usando de almohada su mochila y con una cobija para cubrirse del frío. Pero desde que zarpó el barco, ya no lo sé.

Otra vez respiré intentando aspirar al mundo, eliminarlo, y el pescador se me quedó viendo.

–¿Eres su hermana?

Le expliqué la situación en la menor cantidad de líneas posibles. Cada vez que la comentaba me sentía más tonta. El hombre me ofreció una cerveza (la cual rechacé):

–Ese muchacho está perdido dentro de su cabeza. Quizá, lo mejor, para ti, sea buscar a alguien más.

Con miedo le pregunté si tenía a otra mujer en el puerto. Me dijo que él no sabía.

–A veces no llegaba a dormir pero, también, en más de una ocasión lo descubrí durmiendo en la playa, a la orilla de la balsa.

Por suerte pudo decirme dónde buscar al dueño del barco. Lo encontré en un restaurante de mariscos comiendo junto a más personas. Claro que lo conocía. Y claro que desconocía dónde estaba.

–Maldito chico ausente, aunque es bueno para realizar el trabajo siempre anda en Júpiter o en Saturno; a veces se quedaba mirando por la proa hacia el horizonte como si en cualquier momento fuera a tirarse. Al desembarcar no sé para dónde habrá agarrado.

Volví a caminar por la playa esperando encontrarlo mirando por ahí. En unas horas ya la había recorrido de ida y de vuelta. Estaba anocheciendo y no sabía dónde iba a dormir. Tenía la esperanza de que fuera con él para quitarme el antojo del sudor del carnicero que conocí en aquella fiesta, con mis amigas: un chico de la tierra que siguió marcándome y a quién ignoré porque yo tenía una responsabilidad que no podía cumplir.

No pude más. Me senté en un rompeolas a llorar como si quisiera petrificarme y volverme parte de él, con tal de no tener que regresar a la oficina, a las responsabilidades. Y en eso sonó el teléfono. Por primera vez, en muchos días, estaba sonando. Así que contesté. Antes de que pudiera hablar me dijo que la vida en el barco había sido muy buena, que en su vida se había sentido así de conectado con planeta.

Le pregunté dónde estaba. Hizo como que no me escuchó y siguió hablando.

–Quiero ser un pescado. Necesito agua, no oxígeno. Quiero ser uno con el océano. ¿Me entiendes?

 —¿Dónde estás?, ¿dónde estás? Necesito encontrarte antes de que anochezca. Necesito estar junto a ti. Necesito que dejen de temblarme las manos —le grité y como una vez más me ignoró, no supe qué más hacer, necesitaba detener la marea de emociones.

Así que tiré el teléfono y lo vi a lo lejos sumergirse en el agua. Ojalá que las olas se lo regresaran después. El océano, su adorada conexión con el mundo.

Continué llorando en medio del rugido del agua y, tras limpiarme las lágrimas con la manga llena de arena, me dije que ya era hora de regresar a la tierra.

Los Conjeturales
 


 

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No tendrás perdón

ISIC, Ex-libris

Narrativa, 2017

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