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Cuatro poemas de Mijail Lamas

 

Sobre la poesía que señala y explota en el punto crítico de lo que transcurre.

Perteneciente a la generación de poetas nacidos el año 1979 en Sinaloa. En la poesía de Mijail Lamas (Culiacán, Sinaloa 1979) existe una confesión que se da a manera de diálogo con lo cotidiano. El poeta en su franqueza de expresión, extiende un enorme cristal, que en su lenguaje de incandescencia hace explotar con la palabra certera de un hallazgo, mas no explota como un mero accidente, sino por un golpe de realidad. Explota sobre  el punto crítico de lo que transcurre, y con su explosión, se ve él mismo en partes, y a través de una señalación y descripción continua, nos regresa inéditos a la más cruda percepción del momento.

 

 

 

 

*

 

 

He nacido oscuro por el resto del día

y tras una nube

el ojo de Dios guarda silencio.

 

Soy la sombra de todos los rostros,

dependiente de tiempo completo,

maestro por horas de miseria

o un desempleado frente a las marquesinas.

 

Hoy llevo un dolor de piedra entre las manos.

 

Lejos de toda caridad

renuncio a ser apóstol de la fe en mí mismo,

aquí oficio los silencios de la página.

 

Soy héroe y peatón del instante y la sorpresa.

Aquí́ a guardo la plegaria del azar

y una sensación de sed como aguja en las palabras.

 

Hoy no tengo necesidad de fingir

que elijo la vida que me toca.

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Siempre tengo el deseo de estar en otra parte.

Apenas consigo llegar a algún lugar

me invade una imperante necesidad de fuga.

Más de una hora de quietud es excesivo.

Tengo que salir,

caminar,

cansar mis pies,

ser siempre un pasajero,

detenerme apenas a dormir.

 

Me es primordial el viaje,

la azarosa aventura del cuarto a la cocina,

de la cocina a la sala

para desordenarlo todo;

salir a la calle,

tomar con prisa este café́,

escribir este poema apresurado,

pasar un momento por todo:

la derrota, la risa, la costumbre,

el perdón siempre insuficiente,

el destino plural, el vasto guiño

con el que la muerte

espera decir su parlamento.

 

Caminar es necesario,

danzar las horas,

trazar mil y un caminos

para no acostumbrarse a nada

y no conformarse con todo.

 

Sólo la vida puede agotar su presupuesto.

 

La inmovilidad me aterra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Soy vulgar, estoy lleno de sentimientos vulgares, gusto de

la televisión, el comic, la pornografía –oh, hermosa

pornografía–, canciones populares y corridos que se

mezclan en la tornamesa de los complejos habitacionales,

ahí todos los excesos están saciados.

Lo digo por convicción.

Vivo en una época vulgar, en un tiempo sin brillo, de

expresiones vulgares.

El arte está en las revistas, en los espectaculares que detienen

el tráfico, en las envolturas de golosinas y cigarros de

diseños sorprendentes.

Los diseñadores gráficos son el emblema del artista

moderno. Cumbre de todas las vanguardias son la forma

más sublime de la vulgaridad.

Los poetas callan.

Quedan sólo sus repetidos ademanes, sus espontáneos

berridos. Toda novedad está pasando o queda como la

instantánea del futuro del que ya sentimos.

Lo nuevo es tan antiguo.

Lo original es sólo una mirada constante al pasado.

Los patrones de elegancia impuestos por la moda y los

medios son vulgares.

La vulgaridad es una condición perfecta del socialismo; aquí

todos somos vulgares, sin importar nuestra clase social.

La raza nada tiene que ver con ser vulgar. En esto todas las

razas se igualan.

Nunca se es lo suficientemente vulgar para ser admirado por

el vulgo.

Ser absolutamente moderno es ser absolutamente vulgar.

Ser absolutamente moderno es estar pasado de moda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

 

Aprendo del poema que se destroza en silencio
y es el oleaje que golpea mi cráneo.
Todo poema es una bala que deja su fulgor en la imposible

trama del cerebro

y hunde cada letra en el costado más doloroso de la

inteligencia.

Aun sitiado por paredes
el poema va entre tempestades implorando el arrebato,
la visión memorable,
el golpe, el grito, el insulto.
Todo poema es un arma que corta
el último latido,
el hondo aliento.
Todo poema es una trampa,
un desafío.
Es el rostro de mi mujer que grita
las cinco letras de su nombre en el poema.
Todo poema es el desierto en el que clama,
es el jardín en que se pierde,
misterio de los siete rostros de la noche.
El poema es la tormenta,
la carga detonante,
la voz en el filo de su daga,
palabra de valor atada al miedo,
fuego y devoción,
rabia que maldice.


A veces el poema fracasa como el horizonte
y se queda en el fondo como los naufragios
o como aquellos autobuses azules
en esa canción de los Doors,
esos que se alejan sin nosotros
y nos hacen maldecir el camino de regreso.

 

 

 

Mijail Lamas es poeta, traductor y crítico. Nació en Culiacán, Sinaloa, el 22 de febrero de 1979. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2005 y 2006. Ha publicado los libros de poemas Contraverano (2007), Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (2008), Un recuento Parcial de los Incendios, selección de poemas (2009) y Trevas. Canción del navegante de sí mismo (2013). Obtuvo el accésit del XXVII Concurso de Poesía Ciudad de Zaragoza en 2011 y el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura, en 2012. Compiló junto con otros poetas la antología Vientos de siglo. Poetas mexicanos 1950-1982 para la colección Poesía y Ensayo de la UNAM. Es uno de los editores de la revista literaria Círculo de Poesía. Actualmente es editor en la revista de arte y literatura Río Grande Review, del MFA in Creative Writing en la University of Texas at El Paso. 

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