top of page
23595914_507064076317751_639230148851269

Entrevista y poemas de David Huerta

Incurable: Sobre la batalla que libra el poeta por definir el mundo a traves de su viaje sensorial.

* Entrevista realizada al maestro David Huerta el mes de Septiembre del año 2016 por el poeta Jobyoán Villarreal.

JV

Buenas tardes maestro David Huerta, he leído su extraordinario libro de Incurable, que es lo que yo llamo "un macropoema" de no más ni menos que 389 páginas según su edición en editoriales ERA, y he quedado sin aliento. También, y a diferencia de Incurable, he leído otros poemas de una similar envergadura tanto temática como en extensión que la corriente de la segunda mitad del siglo XX nos ha dado, como Cántico Cósmico de Ernesto Cardenal, Cuerpos de Max Rojas, Migraciones de Gloria Gervitz, estos grandes poemas de largo aliento que en cierta medida y para ciertos autores se han convertido en el oficio de toda una vida, son poemas que causan (por lo menos para su servidor) una profunda interrogante, las preguntas serían:

 

Pregunta 1

¿Cuál es su opinión sobre "los macropoemas" que se han realizado desde finales del siglo XX hasta la fecha en hispanoamérica y el mundo?

 

DH

Para tener una opinión como la que me pide usted, Jobyoán, tendría que haber leído esos que llama usted, extrañamente, “macropoemas”, y no lo he hecho; vaya: no he hecho esa tarea, quizás importante. Me han distraído algunos otros poemas, de épocas muy anteriores y de diferentes idiomas. Nos llama la atención que los poetas escriban mucho y conciban y ejecuten obras de cierta extensión porque hemos confinado la poesía en el poema lírico, y este suele ser breve; pero escribir poemas largos no es nada novedoso. Allí tiene usted el Canto General de Pablo Neruda, o el extraordinario Omeros, del poeta santalucí Derek Walcott, o los cantos de César Dávilla Andrade, “Boletín y elegía de las mitas” y “Catedral salvaje”. Uno de mis poemas tutelares o lares se llama Muerte sin fin. Otro poeta casi latinoamericano es el caribeño de lengua francesa Saint-John Perse, cuya obra es absolutamente fascinante, hipnótica; otro caribeño grandioso es Aimé Césaire, cuyo Cuaderno de un retorno al país natal es pieza central de mi poemoteca. Los poemas que usted menciona allá arriba, de Cardenal, Rojas y Gervitz, apenas los he hojeado; de Cardenal me gustan sus poemas epigramáticos y sus imitaciones de Marcial y Catulo. De Max Rojas leí El turno del aullante con entusiasmo , y de Gervitz algunos poemas que me han gustado pero que ahora no recuerdo con precisión. Con Gloria Gervitz comparto el mismo traductor al inglés: el gentil y sagaz Mark Schafer, de Boston, la ciudad de mi equipo favorito de beisbol, los Medias Rojas, que juegan en el mítico Fenway Park, a donde fuimos una vez con Mark y unos amigos de la Universidad de Boston. Vi jugar al inmenso David Ortiz. En eso también hay poesía, caray.

JV

En relación a la macropoesía o la poesía de largo aliento que se produce actualmente en el mundo, que con una maquinaria retórica muy precisa, (y otras veces no tanto) logran mantener un hilo narrativo, en ocasiones intermitente y con un cuerpo conceptual (como en el caso de Incurable).

 

Pregunta 2

¿Cree usted que actualmente la poesía de largo aliento como en este caso los macropoemas, intentan de alguna forma inconsciente (y con más carga conceptual) regresar el hilo narrativo con el que contaba la poesía épica en la antigüedad?

 

DH

Desde luego que sí. Leamos una vez más las “Notas sobre poesía” de Gorostiza para recordar eso mismo que usted dice: el hilo narrativo de los poemas largos que hemos perdido en el laberinto embrutecedor de la sedicente modernidad, palabrita que ya va siendo más que chocante. Con lo que no estoy de acuerdo en su pregunta es con eso de “intentan de alguna forma inconsciente”: un poeta no hace las cosas dormido o sonámbulo, no escribe con los ojos cerrados, ni a tientas o a ciegas. Escribe y compone lo que escribe con los ojos abiertos, poniendo en ello su voluntad, su inteligencia, sus ideas, sus saberes, sus destrezas, sus convicciones. Tiene que haber averiguado qué ve en el otoño y qué siente ante el sol, ante los demás, ante el agua y las formas orgánicas, ante los cuerpos y ante los climas. Si escribe en trance o inconsciente, desmayado, quién sabe qué valor tenga lo que hace, aparte del interés acaso clínico de esos estados, digamos. El poeta no es un esperpento sibilino que “mana profecías” o derrama parrafadas misticoides o suda mensajes herméticos como si los “vehiculara” desde algún rincón tenebroso del cosmos, como cualquier personaje de Philip K. Dick, autor admirable, por cierto. Pero sí: hay narración en los poemas largos. Hay una historia en La Araucana y hay historias múltiples en la Divina Comedia y en el extraño y pintoresco poema carolingio de Ariosto. Hay narración y narraciones en Incurable. No debería extrañarnos. Que nos extrañe es un mal síntoma, pero así están las cosas.

 

 

Pregunta 3

Cuéntenos un poco, por favor, de su libro de Incurable, cuánto tiempo tardó en escribirlo, cómo fue su proceso creativo, las circunstancias creativas y de vida en las que se forjó el poema.

 

DH

Estoy muy lejos del libro, que en 2017 cumplirá 30 años de publicado. Imagínese si me acuerdo. En estas décadas hubo mil cosas que dejan aquella experiencia muy, muy lejos. Me limitaré a transcribir aquí lo que ya dije en una conversación con Josué Ramírez: “Grandes porciones de mi libro de 1987, Incurable, fueron compuestas de una manera peculiar, que recordaré aquí una vez más (lo he contado en otras ocasiones). Yo trabajaba en una imprenta, “vigilando” (es un decir) la impresión de cierto suplemento literario de tiempos ya muy lejanos; sustraía del taller, de vez en cuando —robos innocuos—, rimeros de galeras en blanco, no impresas y bastante limpias para mis propósitos: largas tiras de papel Revolución, del ancho de una cuartilla normal, pero larguísimas. Cuando llegaba a mi casa, unía con cinta adhesiva dos o tres, o cuatro o cinco, de esas tiras y las metía en el rodillo de mi máquina Brother, una antigualla que conservo todavía; así escribía, lleno de contento con mi cargamento de historias e imágenes, sin necesidad de cambiar cada tantos minutos la cuartilla, pues lo que tenía en el rodillo de la máquina de escribir era una cuartilla kilométrica. Luego me enteré de que un escritor español, Juan Benet, hacía algo parecido; como él era ingeniero, incluso inventó un artilugio de madera para colocar el papel detrás de la máquina de escribir, según cuenta Carmen Martín Gaite. Yo no llegué a tanto, pero me divertí como loco. (Diré, de pasada, que Juan Benet es uno de mis escritores favoritos; su ensayo sobre la construcción de la Torre de Babel me parece sencillamente genial.) Al terminar una sesión de algunas horas, y agotada la tira de papel (repletas mis macrocuartillas), despegaba las “secciones” y las iba colgando con chinchetas en la pared de mi pequeño estudio, me sentaba frente a cada una de ellas como un pintor ante su lienzo colocado en un atril, y comenzaba a corregir con plumones, tachando a mi sabor y sustituyendo, enmendando, trasladando, trocando y otro montón de gerundios. También grabé algunas partes en cinta magnetofónica; mi dicción es muy defectuosa y estaba, además, continuamente estropeada por ciertos malos hábitos de aquella época.” En esa plática con Josué olvidé mencionar los hábitos mecanográficos de Jack Kerouac, escritor beat, que se parecen mucho a esa forma de escribir con las viejas máquinas.

JV

En su reseña llamada Incurable de David Huerta: una solución para la poesía de la posmodernidad el maestro Thorpe Running escribió sobre Incurable “el texto literalmente incorpora las teorías literarias y filosóficas de los pensadores más influyentes de la época posmodernista – Principalmente las de Jacques Lacan y las de Jacques Derrida-“, la pregunta sería.

 

Pregunta 4

¿Qué tanto influyeron estos personajes y otros del panorama posmodernista en la construcción de Incurable?

 

DH

No sé qué significa “panorama posmodernista” en literatura y menos aún en filosofía. Vivo en el pasado y poco se me alcanza de los derridás y los fucós que andan retozando por distintos cristalillos del candelero. Según entiendo yo las cosas, el posmodernismo es una escuela ecléctica de arquitectura. En la ciudad de Pittsburgh vi algunos edificios de esa tendencia y me gustaron; ahora eso se ha vuelto una moda muy aburrida, y la Ciudad de México está infestada por edificios mediocres muy encristalados y llenos de acero que me desagradan profundamente. Soy aficionado a ver edificios con cierta atención; mi amigo, el gran arquitecto Enrique Lastra, se ha encargado en tiempos recientes de tratar de completar esa parte de mi educación.

 

JV

Veo el poema de Incurable como la batalla que libra el poeta por definir el mundo, y dentro de esta intensa batalla de realidades multiplicadas existe un viaje sensorial de la consciencia del poeta tanto dentro como fuera de sí, y de todas las partes del libro, me llaman la atención en particular dos partes; la primer parte “Simulacro” en donde se da una extraordinaria metáfora que da inicio a una consecución de definiciones del mundo por el poeta, “el mundo es una mancha en el espejo”, también está la metáfora registrada en la tercer parte, “Puerta de vidrio” donde dice el usted para dar introducción a esta extraordinaria imagen “Me detengo en los límites y sé / que los límites son un disfraz, otro, del simulacro. Veo desconsolado hacia el fondo del pasillo. / La humedad espaciosa de un relámpago me abrasa las entrañas: al fondo del pasillo / hay, previsiblemente, una puerta de vidrio.”

 

Pregunta 5

¿Qué significan para David Huerta, estos símbolos? Una mancha en el espejo, y una puerta de vidrio.

 

DH

Esa forma de interrogarme me obliga a ponerme francamente profundo. Si me habla usted de símbolos, tengo que pensar en la poesía francesa del siglo pasado y en el poema “Correspondances”, de Charles Baudelaire. Desde luego, estoy al tanto de la escuela simbolista pero nunca me he puesto a pensar en el principio de Incurable en esos términos. Pero, bueno: haré un esfuerzo.

El principio del libro, del poema, es un versito que traje en la cabeza durante algunos días. Me gusta su acentuación, muy canónica, por cierto; el acento casi obligado en la sexta sílaba está en una sílaba abierta: mancha. Pero lo que ha llamado la atención es la palabreja “mundo”, al punto de que esa manera de comenzar le hizo decir a un amigo mío, cuando salió el libro y él se asomó a las primeras páginas, que parecía una cosmovisión, o que ese verso anunciaba una cosmovisión, a la manera de los poemas anitguos. Desde luego, la idea me encantó, sobre todo por mi afición a Lucreio y su gran poema filosófico De la naturaleza de las cosas, que mi amigo Ulises Bravo me hace leer en estos días con nuevos ojos. Si hay alguna filosofía en Incurable es filosofía antigua, a pesar de que parezca que estaba yo metido en cosas modernas.

 

JV

Tengo entendido que usted es un lector atento de  la obra de José Lezama Lima, y que es considerado un exponente del neobarroco en Latinoamérica, ¿nos podría decir qué autores (vivos) recomienda de esta corriente literaria, y cuales libros suyos son los que considera se encuentran más apegados a dicha corriente?   

 

Pregunta 6

Menciónenos por favor, cuales son los autores/escritores que han influenciado más en su oficio y estilo de poesía.

 

DH

Nunca he entendido el término “neobarroco”. Lo diré sinceramente: lo inventaron Jacobo Sefamí y Roberto Echavarren, creo que con la complicidad de José Kozer; pero no me dice gran cosa. A Lezama Lima lo leí con fervor durante muchos años; él era amigo de mi padre, y en una carta me dijo cosas muy bonitas sobre mi primer libro, publicado por la UNAM en 1972, hace más de medio siglo. En cuanto a mis influencias, la lista sería larguísima, pero creo que debo mencionar a un montoncito de poetas mexicanos y españoles: Carlos Pellicer, Manuel José Othón, Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza. Entre los españoles, García Lorca en primer lugar, junto con Rafael Alberti; más acá en el tiempo, me impresionaron mucho Jaime Gil de Biedma y Claudio Rodríguez. Ya no enlisto latinoamericanos para no volver esto una aburrición total, pero debo invocar el nombre inmenso de Pablo Neruda. También hay un puñado de narradores que han sido importantísimos para mis escrituras: Juan Carlos Onetti, José Revueltas, Juan Rulfo. Todo lo que escribió, en verso y en prosa, Jorge Luis Borges, me importa, me interesa y me gusta. Un caso singular es el del poeta Gerardo Deniz, a quien quise muchísimo: fue mi amigo, mi hermano mayor y mi maestro. Su muerte en 2014 fue una tragedia mayúscula para mí y para algunos amigos que lo amábamos de veras.

 

Pregunta 7

Menciónenos 5 libros que considere usted que hayan sido determinantes o que hayan tenido algún grado de relevancia en su vida y/o en su oficio como poeta.

 

DH

Los poemas de Jorge Luis Borges; la antología de Góngora hecha por Antonio Carreira; la antología de Saint-John Perse en traducción de Jorge Zalamea; el libro de Antonio Alatorre sobre la lengua española; todo lo que escribió Gerardo Deniz.

 

Pregunta 8

En analogía a la Divina Comedia, si usted tuviera que escoger a un Virgilio (escritor) para que lo acompañara en su viaje del infierno a las altas esferas del cielo, ¿quién sería?

 

DH

A mi amigo Juan Almela. Él conocía esos rumbos dantescos al dedillo.

 

Pregunta 9

Deseo hacerle una pregunta que le hago a todos los poetas y que creo importantísimo hacerla; ¿Qué es para David Huerta la poesía?

DH

Poesía eres tú. O yo. O el perro que se muere con el lomo desgarrado y la panza llena de gusanos en el rincón de una tienda oscura en la que se ha quedado encerrado. O las lluvias de estrellas de agosto. O la hermosísima cara de mi gato Timoteo Fum. O la mano de ella en mi hombro, mientras amanece. O mejor todavía: una serie de las mejores palabras que se la han ocurrido a una persona, puestas en el mejor orden posible. Esto último es una recreación de Samuel Taylor Coleridge, para dar el crédito debido.

 

Pregunta 10

Y por último ¿Qué le dijera usted a manera de consejo a la nueva generación de Jóvenes Escritores de México y el mundo?

DH

¿Quién soy yo para dar consejos? Ni siquiera mi gato Timo me hace el menor caso. Tarea inútil. Pero si no me quedara otra, diría que leyeran mucho, que viajaran, que se interesaran en la política de todos los días y en sus maneras de mirar el crepúsculo, en el sexo y en la teología, en el mar y en los escarabajos. Un poeta al que solamente le interesa la poesía es muy sospechoso: yo digo que si dice que nada más le interesa la poesía, ¡no le interesa ni siquiera la poesía!

 

JV

Muchas gracias por su tiempo maestro Huerta, esperamos no ser inoportunos con alguna de nuestras preguntas. Reciba un abrazo del colectivo.

 

Los Conjeturales

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(DOS FRAGMENTOS DE INCURABLE by David Huerta)

 

FRAGMENTO  I 

Capítulo I 

Simulacro



El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.

El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.

En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiración, 
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso, 
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.

Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo, 
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido; 
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo, 
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronándose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar; 
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino; 
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
un roce plateado, 
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahí un sueño de saliva y silencio; 
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
fúnebre de reunión a oscuras...

¿Cómo comprobar entonces que estás ahí,
construido en el plinto de tu ser sujeto, continuo y manifestado
como un dato hundido en el fango de la evidencia, 
pensando en medio de las cosas, entero y positivo como un
número estupendo? ¿Cómo saberlo, cómo sacarte de la
multitud.
del tiempo, de los apretados espacios ponerte frente a mis ojos
como un discurso impreso, 
como una tinta fluvial en las venas del mediodía?
¿Cómo sentir el jugo de tu vuelo, tu anatomía que fluye entre los 
objetos maltratados; 
tu percepción que registra el mundo como lo que es, la mancha
en el espejo, el simulacro?

Mundo foliado, espacioso, apretado: riqueza sumergida en la
extensión del constante naufragio, 
las palabras del alma selladas con un frío fuego, una flama
desprendida de las cuerdas del sábado,
un fulgor bruñido y biselado contra el pecho de los recién nacidos. 
Mundo de signo y de silencio, mundo manifestado, 
con sus seres atados y sus congelamientos al borde, su
derramamiento neutro, 
su orilla abstracta, su cartílago ciego. 
Mundo de ser, de no-olvido, establecimiento de ruina y
llamarada. 
Mundo de olvido, un revés negro, barnizado con los datos de la
proximidad, 
temblor del no-ser: cajas transparentes atraviesan las orillas del
incendio como almendras cargadas de sentido, 
un sentido de mundo en regreso, un retorno enmascarado, perros 
en el callejón de la noche muerden las nalgas de los viajeros que
se bajaron en la estación equivocada, 
la cerrada sala donde le reciben para consagrarte a tu propio
fantasma, entre tazas de té, peltre, porcelanas, galletas
fúnebres, 
la pared que exclama con un ardiente ojo de buzo que en sus
piedras puedes ya sumergirte, para descubrir, en los pliegues, 
un continente minucioso, atlántidas intramuros, vaticanos espesos
de tesoros absurdos, 
micenas lastradas por desconsuelos concretos, escrituras arcaicas
jeroglifos velocísimos que 
te esperan bajo la piedra serena, gris, política, adverbial.

Larvas o simulacro de Egipto, el mundo es una abertura en el
agua del espíritu, muesca
en el tiempo y en el espacio, hendedura sutil o desesperada.

Dominios del vientre de la cosa, la material, reino y pasto 
del mundo, 
yesca dormida en el navío de las palabras,
encendimiento, línea del canto, capitular de las palabras
iniciales,
objeto lloroso o consumido, sequedad, baba, veloz certeza 
y muelle de todos los fantasmas.

Materia del yo, un descenso órfico en el deseo,
un tocamiento de lo que se derrama, sin centro ni asidero,
un pozo limitado por el norte de las palabras y el sur infernal o
egipcio 
de lo reprimido, postergado, diferido, abandonado en los jardines
horrendos del pasado.
Un collar de quietud rodea los espaciosos milímetros del yo, 
un silencio blasfemo, un ídolo entre las manchas. 
Ah, las cosas y la materia del yo, como un humo paralítico: 
charcos, tarjetas perforadas, jazmines, gavetas, ceniceros, gansos,
páginas, ferrocarriles 
—las teclas, pulsadas con un dedo y otro, el yo encerrado en las
caras augustas de la civilidad,
transido y tambaleantes. Luego la errancia, el desprendimiento: 
un hacia, las varillas del abanico que se abre en los alveolos 
para que respires un mar en cada sorbo, una playa en la lengua
que tocaba las bordadas comisuras de la muerte o el trabajo, 
un rincón para estirar las piernas como un coloso, fumando el
azul despliegue de la vida, en la luz que roza las instantáneas
babilonias de la vacación.

Anadiomena, niña en harapos, epifanía en la sal de los torrentes, 
pedazo de Niño en la tela del mundo: modo del abrazo,
llama en la oscuridad, extravío y dolor estriado de placer.
Lo que en Anadiomena no es persona levanta sus constelaciones 
rumbo a tus argumentos,
duración en libertad inscrita en el maelstrom de sus ardientes 
diferencias.

Cosido a la secreción por los bordes de mi traje-centauro, 
avanzo en el chisporroteo de las diferencias, labrado en el
segundo y consumido siglos más tarde cuando el minuto acaba, 
con mi máquina de sentir edificando partenones a mi paso, 
escribiendo en el nomadismo el parche o la sutura de donde surjo, 
exhausto en mi boca-mediterráneo y diseminado, tan derramado
en la cinta del mundo 
que la maleza del yo transpira como una excrecencia en el
desierto que dejo atrás, 
conjugándome con las estrellas en reposo, expuesto al tiempo y
al espacio y a la materia,
como un grano de platino manifestado en las solemnidades del
Ente, 
como un desperfecto obsceno en una estructura longilínea.

Adivinar en los almacenes de las palabras dónde se esconde el
rayo, el escondrijo del mundo en la bolsa del día, 
la página mercurial que no ha sido escrita y cuya blancura está 
recubierta con la tinta de los deseos desalojada por
los nombres, 
vagabundeo en busca de esa adivinación en la escuálida y
pegajosa luz de este almacén, 
abandonado por las noches y espolvoreado por el hisopo lejano
de un chispazo de fiebre: Este almacén de palabras 
donde te sientes el oscurantista, el tuareg, el 
animal, el monstruo en la laguna de las denominaciones, 
el gato negro sobre las piernas de la reina de las palabras, 
el intruso sin credenciales, el prófugo, el anegado, el ladrón
de instrumentos ortopédicos, 
el que traga nueces con cáscaras, el que bebe el menstruo en una
copa pompeyana, 
el que se asusta con sus propios reflejos, el que pena en la
madrugada de las vacaciones afantasmadas, el que se pone
verde 
cuando piensa en su madre con las piernas abiertas y no
precisamente dándolo a luz, 
el que tiene una lengua telescópica, el que se duele por ausencias
inventadas y por melancolías falsas, 
el que baila una danza de gusanos, el que construye murallas
chinas en sus labios agujerados, 
el que brilla como una brújula rodeada de nortes, 
el que se lanza en la corriente para rescatar una dentadura
postiza como si fuera una civilización a la deriva, 
el que sabe callarse en medio del estruendo, el que se pone las
manos en la entrepierna y aúlla como una hidra delirante, 
el que se siente un islote y oye el rumor del mar en la
profundidad de los rostros.

El almacén de las palabras es un lugar extraño, húmedo, una
galería sigilosa, un hospital dormido, 
Cardumen candoroso, con su latinidad a cuestas,
difícil, fosforescente como una omega 'en el pizarrón de las
etimologías'.
Ojiva o multitud, ramo de piedras, rocas, en el oro del nombre, 
siemprevivas palabras, 'oscura siembra' en la cúspide sorda y 
monumental del mármol sonoro.
El almacén es un espacio trémulo, una tecla genésica
que el mundo amplifica hasta la magnitud mortuoria del réquiem
o la súplica. 
El almacén de las palabras: el almacén de las palabras.

Saturado en la diseminación, por los bordes del no, exhibido en
las cosechas del silencio, 
busco el margen, el medianil, el uranio de un linde, límite para
el dinosaurio que invade mis egiptos, 
mis instrumentos blancos de tiempo, canosos, del movimiento que
me implanta en los espacios interminables.

Un sistema de máquinas horrendas invade el almacén,
un corte aquí, nueve allá: hervor de nombres, el cancerbero de la
historia hila con sus ladridos la camisa de los atormentados, 
caen los siglos como pedruscos en lo negro de la medida, 
en la ceguera de la totalidad: mundos lineales, tejidos al olor
de una cercanía, de una multiplicidad,
de un espanto arborescente que se agita en el sonido seco de un
chasquido que anuncia la eternidad.

Uvas, nombres a la deriva en las espaldas de la biblioteca, 
autores y personajes pálidos contra el cielo del tiempo... y lo
que sobrevive son las uvas, sus oscuros fulgores,
planetas mínimos en el cosmos que simula el jardín. La tarde
serena está bordeada 
por las uvas: la tarde, su perfil griego y su morado vinoso, sus
mitos, sus racimos de sombra neutralizada, 
sus cavernosas ingenuidades, su naturaleza enorme y
desordenada.
La tarde, aquí, es un esplendor estadístico, 
un sosiego de proliferación, un estallido múltiple. Cantidades
magnetizadas la bordean 
—y más adentro fluyen las uvas como espectros germinativos
bajo los microscopios que nos habitan, 
amplifican el mundo y nuestra soberbia de Conocedores.

Letra en las Pléyades, promontorio y profusión de lo que recubre
la escritura, 
un modo de construir la ciudad del Sí Mismo para luego
deshabitarla 
con el silencio de dejar de escribir, habitado por la tenue
blancura que deja el sabor de la estrella escrita 
en el paladar fantasioso. Una blancura, una muerte,
un hacerse el muerto con el sueño desprendido junto a la
Cabellera de Berenice, 
el sueño manchado de cafeína y derramado tres y seis veces en el
cuerpo anguloso de un cuaderno, de una página. 
El Sí Mismo hurga en la escritura, en la escena, el texto de sus
errancias: quiere fundar una ciudad. 
Una ciudad o una eternidad, un disfraz con su máscara roja para
ser el flujo demoniaco
que lo instale en el siempre labial de sus proclamaciones, como 
edgarpoe en el poema de mallarmé, igualmente, 
tel qu′en lui-méme enfin l′éternité le change, el grano milenario,
la llanura de sus centímetros propios, 
los instrumentos del Sí Mismo para la cirugía de no-moverse,
como si la inmovilidad fuese la eternidad,
y no el fluyente cauce, la máquina que cede y recorta, la letra en 
las Pléyades de toda escritura, 
la Cabellera de Berenice que encanece furiosamente, iracunda en
sus mares astillados, 
por la brisa tenaz de la escritura y de su progenie-minotauro: la
sedosa y ardiente carne de las imágenes.

Cambio, me modifico en los límites del mes,
en el zócalo del jueves, conociendo mi gerundial sangre en los
labios, mi puño ciego, 
mi incorrección al vestir, mi genitalia archivada a las once de
la noche, 
lejos de todo sexo y de todo calor, hirviendo de deseos por la
avenida San Juan de Letrán
y mirando el barniz del otoño alrededor de las cosas como una
cinta de hojas secas, 
mirando la fecunda imagen de la ciudad siempre recién
descubierta, 
las articulaciones de un mundo nuevo, de un mecanismo
planetario o lunar 
que arrastra en su corriente fresca las cantidades humanas, las
estructuras vivas, 
las magnitudes que rodea esta luz empapada de ruidos,
chasquidos, rumores, demoliciones que el instante opera
en el interior de los objetos y de los corazones expuestos bajo
el peñasco del minutero...

Modificado avanzo por los huecos babélicos, y modificándome
más aún hasta la raíz de los cabellos, 
y Proliferando, fluyendo solo y silencioso, esmaltado por una
blancura de muerte que me instala en el centro de su grandiosa
almendra generadora, de su matriz lunar,
entre los pudrideros, entre la basura inmaculada y meditativa,
sorda acumulación que no cesa... Respiro en las
diseminaciones ficticias y azarosas del yo monumental,
funerario, 
como un pulso de partículas, de caras, de mediterráneos, de
manos acercadas a mí, de especies, de hileras palpitantes 
que se sumergen bajo mi peso en el asfalto nocturno, me rodean
y me sumergen a su vez 
hasta las líneas negras de una población donde renazco ofrecido
al trazo reinante de la fiebre,
países petrificados en un contrasentido de avance y fluvialidad, 
confederaciones deseantes que enganchan el mundo momentáneo 
a la ceniza de los siglos, pálidas reuniones rotas por la
desfigurada cirugía de la historia 
y sintetizada en los trémulos rasgos del ahora o nunca.

Me modifico en la sustancia extraña del mes, hago trámites, me
confundo y recuerdo, me visto y me confieso, 
percibo los deslizamientos de la duración en la humedad marchita
de mi boca, 
en el temblor amenazado de mis manos, en el funcionamiento de
mi estómago, 
en las intermitencias de la debilidad física, laminillas de
niquelado cansancio en la llanura muscular, 
en la resistencia cada día más débil que opongo a lo que
convengo en llamar las circunstancias. 
(Es el invierno obstinado y obsesionante este lugar donde, 
tembloroso y con los dedos manchados de tabaco, hago
cuentas 
para sacar algunas conclusiones sobre mí: estoy en un invierno
que dobla, en el follaje del yo, un matinal espectro; 
que dobla una metamorfosis árida; que dobla en fin la
aprisionada tela de la persona civil 
y la deja, como un atado de ropa limpia, para la ingente y fértil
'próxima vez' del ciudadano que soy.)

 

* […]

INCURABLE

FRAGMENTO 2

 

El techo tiene estrías desde donde oigo la voz amplificada del profesor,

Hablándome con una corrección exasperante de las minucias más egipcias.

El profesor sabe, no le cabe ninguna duda en la cabeza.

En cuanto a mí, las dudas abundan, si así debo decirlo.

Dudas enormes y cristalinas que cuelgan de la Bóveda de mi cráneo incendiado, espacio

En el país del techo y sus estrías imantadas. Dudas

Que el profesor amplifica a su vez con preguntas insidiosas…

 

No pude iniciar la conversación consabida con el profesor sin antes lavarme la cara, limpiarme la camisa,

Ir al baño, espulgarme el cabello, lustrar mis manos y

Barnizarme las uñas de los zapatos.

El profesor tenía un silencio lujoso y profesional.

Hablaba con una voz de gnomo, con un susurro repleto de confidencias mutiladoras…

Me confiaba su voz profesoral como si fuera una joya preciosa.

Dijo el profesor: “¿Ves la cantidad Propia de tu vida, la

vez? Dime.”

 

No supe qué decir, el profesor me miraba y sonreía: socarrón.

“Todo lo que has escrito ¿para qué?” No supe qué decir.

Y seguía así: “Crees demasiadas cosas sobre ti mismo, deberías

Reducir tus gestos,

Tus frases, tus estilos. ¿No te parece?” No supe qué decir.

“Eres necio, desobligado, irritable, egoísta ¿he?” No supe

Qué decir. Así seguimos

Durante cuatro o seis horas, el profesor bramando sus reproches

Y yo sin saber qué decir.

Hasta que, cerca de la incipiente madrugada (toda madrugada

Es incipiente, según el profesor, enemigo

De los adjetivo y de las madrugadas, en especial las

incipientes)

me levanté del sillón con toda la cantidad Propia de mi vida,

mis gestos, mis estilos, mis frases, mi egoísmo,

y degollé al profesor que murió como una bestia socarrona:

bramando y sonriéndome con sus ojillos maliciosos.

El poeta David Huerta dice de sí mismo: “Nací en 1949 en la Ciudad de México, en pleno alemanismo, en un mundo que ahora nos parece tan remoto como Birmania o Neptuno. Crecí entre periodistas, militantes políticos, poetas y personajes diversos de lo que solía llamarse la bohemia mexicana. Fui mal estudiante; en mi primera adolescencia supe que mi destino era literario. Leí como un loco durante aquellos años. En 1968 fui brigadista y sobreviví a la Matanza de Tlatelolco. Tengo una hija, Tania María, y un nieto, Pablo Anoine; estoy casado con una mujer maravillosa y genial: la escritora Verónica Murguía; mis hermanas Andrea y Eugenia y mis sobrinos-nietos Diego y Miranda (junto con Paola, Gabi y Enrique David), además de mi cuñado Antonio, completan una familia no muy grande pero sí muy vivaz y divertida. Tengo un montón de amigos a quienes quiero muchísimo y un puñado miserable de enemigos que le dan color al asunto; los estudiantes de mis grupos universitarios suelen volverse mia camaradas. He publicado algunos libros de poesía; he escrito varios miles de cuartillas para periódicos y revistas; he dado y sigo dando clases, aun sin tener título, y en diciembre de 2015 me dieron el Premio Nacional de Literatura. Conozco algunos países, leo y releo a Góngora y a decenas de otros poetas todo el tiempo, siempre ando con una novela bajo el brazo. Me encanta conversar.”

bottom of page