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Cuatro poemas de Javier Velázquez

 

Sobre la petrificación del arte y el disímulo del endecasílabo.

Javier Velázquez (Tempoal, Ver., 1979) es el único poeta perteneciente a la generación de 1979 no nacido en Culiacán Sinaloa, ciudad en la que radica desde 1997. Sin embargo es Sinaloa para él, una segunda patria, oriundo postizo de una cultura que vio formar en él sus inquietudes literarias. En la poesía de Velázquez se atisba un cierto recelo de petrificarse en los mecanismos del arte, como en su momento se debatía de Owen en su Perseo Vencido,  idea que cobra su defensa en su libro de ensayo La llave de su reino, en donde el poeta nos da una nueva perspectiva de la obra Simbad el Varado

 

Velázquez le guiña un ojo al mecanismo de la poesía que intenta, en algunos casos, aparecer desprovista de carne y huesos, para dar rienda suelta a los motivos de un frío entrelazamiento, pero el poeta logra más bien, con un disimulo de endecasílabo,  no limpiar de su maquinaria aquellas formas de las nostalgia y el amor, aquella pausa latente del dolor y la contemplación.

 

El presente es una recopilación de cuatro escritos inéditos, que ayudarán al lector a aproximarse a la obra de Velázquez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Elegía

 

 

Recostado sobre esa pared

Y expuesto al aguacero, el colchón

Ha sido expulsado de la casa.

 

Arrastrado a mansalva hacia el patio,

Asoma sus resortes y sus manchas

De humedad: las del gozo

―naturalmente―,

Pero también huellas

De duras y largas noches insomnes,

En que deudas, desamores y penas

Nos agobiaron sin misericordia.

 

Por habernos soportado, heroico,

Le agradecemos en voz baja,

Mientras los insectos se anidan

En su ya vejada fisonomía.

 

Pero ahí, recostado sobre esa pared,

Da la impresión que fue por culpa suya,

Y no nuestra, que muchos de los sueños

Que inútilmente albergamos

Se hayan ido también a la basura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Luz demasiada

Porque de la palabra que se ajusta al abismo

surge un poco de oscura inteligencia.

                                                         Enrique Lihn

                    

 

I (fragmento)

 

La tarea es quedarse siempre atento

A la pausa del dolor. Un zumbido

De luz se posó en mi hombro y no fue viento,

Sino mis llagas en su cruel latido.

 

Hermosa dicha hallada en el violento

Revuelo de la sangre. Fui vencido

Por tu grito, pero no me lamento;

Por fin las entrañas cobran sentido:

 

Descubrí signos de fuego en mi boca

Y en mi herida la voz de la maleza

Cantando sin freno como una broca.

 

Portan los días veneno y tristeza

En sus alas, mas nada me sofoca:

Existe claridad en la impureza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Palomas mensajeras

 

 

Las ciegas palomas a ras de suelo

Picotean los restos de la tarde,

Y cuando la campana en la altura arde

Sus torpes alas simulan el vuelo.

 

Bajo esta vana ciudad sin consuelo,

Como palomas en su triste alarde,

Buscamos la promesa que nos guarde

De las raudas amenazas del cielo.

 

Míralas cómo pese a su ceguera,

Ya sin cartas ni mapas de por medio,

Las palomas dan su último mensaje:

 

Intentan vencer la tarde severa

—que cae de la catedral sin remedio—

Con el pertinaz deseo del viaje.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sonetos con mar de fondo

 

 

I

 

Como una ola que ya nunca regresa

—Su solo salto es toda su existencia—

Pasas por mi vida, pero tu esencia

Permanece —voz de espuma— y no cesa.

 

Como una nube o como una pavesa

Es muy leve, mas honda, tu presencia;

Todo lo inundas y, por consecuencia,

Mi mundo se llena de ligereza.

 

Pero si eres ola, nube o ceniza,

En mis pupilas queda la constancia

De tu sombra y haberte conocido.

 

Siempre vuelves aunque seas huidiza:

Tu ser torna con otra circunstancia,

Mas conservas idéntico sonido.

 

 

II

 

Para amarte, mar, tan solo me basta

Rememorar tu salobre sonido,

Esa voz que resuena en mi latido

Y que me otorga una vida más vasta.

 

En tus islas el amor se desbasta

Y el ave del otoño vuelve al nido,

Y todo aquello que estaba derruido

Se alza de nuevo hacia el cielo, entusiasta.

 

Justamente, cuando estás a mi lado

El verano adquiere más transparencia

Y por fin el mundo entabla un acuerdo.

 

Tu voz de espuma baña mi costado

Y derrama consigo la evidencia:

Mientras más te aproximas, más me pierdo.

 

 

 

 

Javier Velázquez (Tempoal, Ver., 1979). Desde 1997 radica en Culiacán, Sinaloa. Es poeta y ensayista. Estudió la licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas y la maestría en Historia, ambas en la uas. Ha publicado los libros Los autores del régimen. El mundo literario durante el cañedismo (Palabras del Humaya, immc, 2012) y La llave de su reino. Ensayos sobre Gilberto Owen (Conaculta/uas, 2010); poemas suyos han aparecido en Los límites acordados. Ocho poetas jóvenes sinaloenses (Difocur, 2001), así como en 1979. Antología poética (Palabras del Humaya, immc, 2005), en periódicos locales (El Debate de Culiacán y Noroeste) y nacionales (La Jornada Semanal), así como en las revistas Textos, Literal, La Otra y Tierra Adentro. En la actualidad es corrector de estilo en la Editorial de la uas, profesor en la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras y cursa el doctorado en Historia.

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